sábado, 1 de noviembre de 2008

Un Cuento por Halloween

Marta se contemplaba en el espejo del dormitorio. Se gustaba. Sonrió.


Bajo la mortecina luz de la lámpara, su piel se mostraba amarillenta. Se entretuvo un instante acariciando las zonas lisas y resaltando aquellos sitios donde, en un cuerpo normal, debería haber carne, músculos, vida.


Marta estaba especialmente orgullosa, hasta el punto en que temblaba, visiblemente excitada.


Vestía una camiseta de tirantes, sin sostén alguno debajo, y unas bragas. De color blanco puro, resaltaban sobre su piel, como si la lejía la hubiera desgastado a ella y no a la ropa. Adoraba el contraste. Su cara, antes una desagradable conjunción de sonrisa falsa y tonos sonrosados, presentaba ahora un aspecto pétreo, anguloso. Los pómulos, pronunciados, las mejillas pálidas y sus ojos, rodeados de color morado, estaban hundidos como si pretendieran huir de sus cuencas. Marta miraba el interior de su alma a través de ellos, y se enorgullecía por como había llegado a construir ese cuerpo.


El pelo, negro y lacio, le caía sobre los lados de la cabeza, marchito, enmarcando la sonrisa de sincera satisfacción que llevaba puesta.


- Hola, hola- dijo con un hilo de voz. - Qué sonrisa tan bonita.

Los labios apenas si tenían color, y los dientes, más amarillos que ella misma, se asomaban mostrando la impaciencia por el trabajo que les esperaba. Marta tuvo una época en la que quiso que se le cayeran para no comer más, pero esa etapa ya pasó. Me hice mayor, pensó melancólica.

Sus pechos caían flácidos, y abdomen, abotagado, se hinchaba y deshinchaba en el continuo vaivén de su respiración agitada.


Obviamente tenía que reconocer que su cuerpo era antiestético, pero no le importaba. Ya no buscaba pertenecer al selecto grupo de las mujeres deseables. Sólo quería ser ella, porque había llegado a comprenderse y se sentía satisfecha.


Se acerca la hora, pensó mirando de reojo el reloj de la mesita de noche. Faltaba poco menos de media hora para su cita, a las once y media de la noche en el parque, recordó, pero la idea de llegar tarde le hacia sentirse aún mejor: Todo lo bueno se hace esperar, se dijo.

Iba a ser su primera vez.


Decidió ponerse un discreto jersey rojo y unos vaqueros raídos para no llamar demasiado la atención. Le hubiese gustado ponerse un vestido de noche, pero esta noche era especial, y necesitaba ser discreta. Volvió a mirarse en el espejo cuando terminó de vestirse. Parecía un espectro. Pero se gustaba. Ya no tenía visiones de obesidad ni delirios de maniquí, víctima de los caprichos del anuncio de la parada del bus, de la televisión, de sus falsas amistades.


Su ánimo se movía por el deseo de hacerlo: Su primera vez.

Salió del cuarto y cogió el bolso que había dejado en el recibidor. Bajó a la calle y se perdió por el laberinto de callejuelas que dirigieron sus pasos hasta el parque. Apretó el paso casi sin darse cuenta, dejándose llevar por la adrenalina.

No se cruzó con nadie por la calle. Tanto mejor, se dijo. Así nadie se entrometería mientras lo hacía.

Encontró a Marcos sentado en el banco donde habían quedado. Fumaba distraídamente, jugueteando con el humo, esperando recogerla para tener su ración de sexo. Cuando al fin la vio, se limitó a decir con la mayor cortesía posible:

- Estas muy guapa.

Pero Marta sabía que no era verdad. Él lo decía como si ella fuera humana, y se
basaba en patrones estéticos humanos; algo no aplicable a ella. Conocía a Marcos.
Aunque ahora fingiera sentirse cómodo mirándola a los ojos vidriosos, él prefería una chica sana a una mujer flaca y enfermiza.

- Vamos a hacerlo. Aquí, en el parque.- dijo Marta. Lo dijo sin delicadeza, sin amor.

Marcos se sorprendió con la facilidad con la que ella se sentó sobre sus piernas,
hasta colocar su cara al lado de la suya; la joven ya no era llevada por los
músculos, sino por la determinación, y eso la hacía imparable. Intentó soltarse,
incómodo por la broma de su amante, pero la presa de Marta era demasiado fuerte y sólo mirarla le bastaba para contenerse, pues temía incluso matarla de un golpe.

-Venga, va, suéltame, ¿vale?

Sin dejar de sonreír, ella negó con la cabeza.

Antes de que se diera cuenta, de que viera su boca abrirse con el gruñido de una
criatura hambrienta, Marta le había arrancado la mitad del labio inferior y la mejilla izquierda. Punzadas de dolor, junto con una oleada miedo espantoso le sacudieron el cuerpo, y sintió que aquella fiera que se retorcía sobre él no dejaría de moverse hasta que estuviera saciada. Sin embargo, de nada le sirvió retorcerse; como si fuera
un muñeco, Marta le sujetaba la cara con ambas manos en una horrible caricia. ¿De dónde venía esa fuerza, esa furia? ¿Cómo la habría entrado ese hambre? Un nuevo mordisco casi le arrancó la lengua.

Presa de la angustia, Marcos empezó a gritar. Nadie pareció oír sus súplicas. Intentó darle un puñetazo, pero era como golpear un bloque de cemento: Marta no se movería de allí. La sangre comenzó a brotar a borbotones cuando ella terminó con la mejilla. El suelo se estaba encharcando.

La chica se le acercó para dedicarle unos susurros, como si quisiera dormirlo. Marcos dejó de sentir miedo. Ella comenzó a morderle en el cuello.


Cuando el chico contaba con apenas un hálito de vida, Marta quiso demostrarle que no pretendía dejarle marchar de forma rápida. Le tumbó sobre el frío banco y con facilidad empezó a romperle la ropa para descubrir su barriga.

Miró a Marta por última vez, con la cara ensangrentada, brillante bajo la luz de las farolas, justo antes de hundirla en su vientre, buscando sus vísceras. Luego, se desmayó.

Marta siguió engullendo trozos de su ex novio aquí y allá, hasta saciarse. Después se limpió la cara y se alejó lo más rápido que pudo. Tenía volver a casa, a ducharse para estar presentable cuando la policía hiciese preguntas, porque tenía que ir a por todos los que pudiera. Su primera vez la había llevado hasta un nuevo clímax, pero no podía detenerse. Ahora no. Tarde o temprano la atraparían, por mucho cuidado que tuviera, pero no le importaba en absoluto. De tanta vida perdida apoyada sobre la taza de un vater, ahora sentía un hambre atroz, que nunca vería un fin. Hambre de vida, y de carne, por todos los manjares que había dejado atrás en su camino a una perfección que, ahora comprendía, nunca necesitó.






El primer cuento de terror que publico en Internet. inspirado por algunos relatos de la web de aullidos.com, que leí hace algún tiempo. Espero que seáis indulgentes.

Escuchando: La tele.